Mi Panamá

Este año, por primera vez en muchos años, he venido en otro plan. No de paseo y familia. No de turismo y fiesta. Vine a vivir la experiencia de tantos panameños que día a día  viven la necesidad de tener que llegar a la hora a cualquier sitio, al trabajo, a la escuela, a la universidad… Viviendo por unas semanas lo mal que lo pasan todo el año, cualquiera que sea su modo de transporte, cualquiera que sea su profesión o estatus social.

En mi última visita en octubre del año pasado, vine con la intención de no añadir un carro más al colapso de esta ciudad. Aguanté dos semanas antes de alquilar un auto que al menos me daba algo de autonomía y cierto nivel de tranquilidad porque sé que no soy mala conductora. El servicio de transporte – fatal, en todos los sentidos de la palabra – acabó con mis buenos propósitos. Este año, ya llevo tres semanas viviendo la vida de terror de tantos panameños.

Aceras de mi ciudad. Avenida Manuel Espinosa B.

Aceras de mi ciudad. Avenida Manuel Espinosa B.

Camino todo lo que puedo en la Ciudad de Panamá y, como todo el que trabaja, camino siempre por los mismos lugares, mismo trayecto: de la estación del Carmen, hasta el Campus Universitario, desde la terminal hasta el Domo. Una vez cogí el MetroBus desde la terminal de transportes para ir al domo. De terror. Montaña rusa a toda máquina.  Desde entonces, voy a pie. No es que sea el paseo más agradable de la bolita del mundo amén, con las aceras estrechas y bombardeadas, el tráfico insensato de un lado, el monte que no cortan del otro, el sol, la lluvia, más el cargamento que siempre llevo para mis estudiantes, pero lo prefiero al sufrimiento de esos conductores de autobuses que no respetan a sus pasajeros ni a nada. Esa inmensa rotonda que toman para llegar de la terminal al domo, dando vueltas como en un juego mecánico, es un contrasentido imbécil pero creo que les divierte convertir el trayecto en montaña rusa.

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Cables, cables, cables…

Aún no he tenido la suerte de ver las mejoras que el Alcalde Blandón nos tiene prometidas. Sé que es obra de Romanos pero tengo la impresión de que los estudiantes de la Universidad de Panamá serán los últimos en beneficiarse de una ciudad accesible a todos, una ciudad amigable, caminable. No se ha previsto que un muchacho con alguna dificultad a desplazarse que sea en silla de ruedas o con muletas, pueda ir a esa universidad. Pienso mucho en eso mientras camino. El hotel Crowne Plaza tiene un gran espacio para recibir a sus clientes, a los transeúntes nos queda apenas donde poner un pie delante del otro, sobre todo si hay que cruzarse con otro. Y todos los postes con los cables guindando que hasta yo que solo mido un metro cincuenta tengo que esquivarlos. Mucha gente joven transita por ahí y no hay espacio.

Bus en marcha con toda la tembladera.

Bus en marcha con toda la tembladera.

Para suerte mía, mamá vive en Veracruz. Allí tenemos muchos recuerdos de infancia. En Veracruz hoy quedan algo así como tres o cuatro buses de esos antiguos, tipo Diablo Rojo. Una maravilla histórica; cada vez que puedo me monto en uno de esos. Motor de otro tiempo. Lo peor que nos puede pasar es que se quede en el camino. En algunas subidas, a veces da la impresion de que tendremos que bajarnos y empujar. Alguno, muy coqueto y bien arregladito por dentro, otros tienen los asientos destruídos. En comparación con piratas y corsarios con patente, van como tortuga. Pero ¡qué feliz me siento! Es como volver a la adolescencia. Estos van lento porque van lento y no echan carrera con nadie. De noche, se quedan en la piquera. No hay esperanza de conseguirlos después de las 6 p.m. Aún no entiendo por qué. Pero pocas veces me tocan. Sólo los sábados, con algo de suerte, cuando me voy muy temprano antes de las 7 de la mañana. Son los únicos que tienen derecho a entrar a Howard alias Ciudad Pacífico. Transportan a muchos trabajadores para quienes es la única forma de llegar a sus centros de trabajo en el sector. Numerosos son los que se bajan a la salida de Howard y se van, no sé hacia donde, por la Panamericana.

Esos buses, que me cuesta llamar «Diablos Rojos», son la única forma de cruzar la nueva quintafullsizerender frontera. La cerca que los gringos no nos habían puesto en sus tiempos, está allí ahora. Corriendo desde Veracruz hasta Playa Bonita y más allá. Prohibido el paso. Por el lado de la playa otra cerca apareció. Humedales en peligro.

Hasta ahora, solo los buses viejos, Diablos Rojos y un par de conductores de Coaster pasan la prueba. Todos los demás me hacen pensar que nunca volveré a ver a mis nietos. Por la noche solo hay busitos que van y vienen a toda velocidad cometiendo imprudencias para volver pronto y llenarse de pasajeros que no tienen otra alternativa… y volver a dispararse por esas carreteras.  Soy valiente pero no temeraria.

Jamás he visto un agente que los pare por exceso de velocidad. Tienen la suspensión hecha leña. Los pasajeros se agarran como pueden en las curvas que cogen a toda velocidad. ¿Hasta cuántos es el límite de muertos? ¿Hasta cuánto es el nivel de lo intolerable?

Mientras amanece

Todo está oscuro. El amanecer se hace esperar pero ya, los pocos gallos del vecindario lo anuncian al igual que los primeros autos de los trabajadores que van lejos o empiezan temprano. No soy madrugadora pero llegué anoche y el cerebro anda desconcertado que aún no sabe en qué horario vivir. Cree que son más de las doce y me ha tirado de la cama.

Se despertaron los gallos de los vecinos a mi derecha. Uno con voz ronca, un barítono fumador. El otro le contesta en la octava superior. Tenor, casi haute-contre.

Por la habitación se cuela la brisa de la madrugada. Fresca, agradable, de allá del cerro. Ya los primeros buses empezaron a dar la vuelta. Cambio de sitio. Me voy a la sala y pongo la laptop en el escritorio vacío de la PC familiar. Aquí hay menos brisa. El muro con que cercaron este lado de la casa impide la brisa. Ella se va recto unos diez metros más allá, directo a la terraza de mi hermano. Habrá que hacerle respiradero… Cuando se hizo, se pensó en la «seguridad» de la familia. Se hablaba de guerras entre pandillas en el pueblo.

Sí. A pesar de lo que ha crecido, sigue siendo un pueblo. Ya no hay pescadores… y agricultores, menos. La gente trabaja en la ciudad que está a un tiro de piedra pasando el puente de las Américas. Puente que ya debe de estar empezando a trancarse a la hora que es. Antes del amanecer.

Aún no clarea. Pasa un bus con sonido de avión despegando en el aeropuerto internacional de Tocumen PTY. Las dos matas de plátano duermen sin mover una hoja.

Ya el cielo está clareando. Estoy mirando hacia el norte, noroeste. El sol sale en la Bahía, por el Pacífico. Durante muchos años de mi infancia, tuve las nociones de geografía algo enredadas. ¿Cómo es que el sol sale por el este si en mi casa yo lo veo salir del mar? Y ese mar… ¡es el mar del Sur! Entonces, en mi casa, el sol sale por el Mar del Sur y se va por Cabra que debe de estar al norte, más que al oeste.

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Como siempre. La aurora no te da tiempo. Era de noche y de pronto fue de día. Como el crepúsculo. Hay que merecerlo. No distraerte en otra cosa. Mantener tus ojos y todos tus sentidos pendientes del momento en que pasamos de la total oscuridad a la claridad del día. Tenía que haberme subido al cerro para esperar la llegada de la luz. O irme a la playa. Cuando era pequeña, no había todas esas construcciones y casas alrededor. Se veía salir el astro en la bahía.

Los gallos a mi derecha no han cesado de celebrarlo. Los de la izquierda parece que se han vuelto a dormir. ¿Tendrá esto algún significado en política?

¡No voy!

¡Taxi!

¡Taxi!

  Primera salida. Primer no voy. Por el momento quiero vivir como panameña. No he alquilado un carro para no moverme en los tranques de Panamá y para no tener donde dejarlo cuando quiero bajarme de él en esta ciudad de locura. Siempre he aprendido de las ciudades caminando. Ni los tours en carro o vehículos de turismo, dan la visión que de ellas tienes caminando. Y ya no me sé mi ciudad. Todos dicen que es peligrosa y yo no la siento así. La siento como una ciudad donde hay gente que va a su trabajo y sus quehaceres. Que tienen que moverse por ella y no siempre en las mejores condiciones cualquiera que sea el medio. En mis visitas anteriores me fui con el sentimiento de haber perdido mucho tiempo metida en una lata refrigerada con ruedas y motor. Inmóvil en tranques por doquier. Quiero evitar esa frustración nuevamente.

Los taxis no parecen taxis. Paran, ¡cuando paran! y preguntan – ¿pa onde va? – A Exedra Books en Vía España – digo yo. – No. Yo voy pa’cá – dice indicando la dirección contraria… ¿Balboa? ¿Ancón? Él tiene su ruta, como los buses. Esto es sobre todo en las zonas donde el pueblo se mueve.

Caminar por la ciudad

Caminar por la ciudad

Ya Panamá tiene un alto índice de adultos mayores en su población. De esos que por necesidad quisieran, al salir de la Policlínica del Seguro Social, coger un taxi para evitarse las trampas de las calles del sector. Por suerte no es mi caso y a mi madre también le conviene una caminadita, bien acompañada por la Central. ¿Para qué sufrir? La libertad es el bien más preciado del hombre y… de la mujer. Algunos aún somos libres de caminar. Hasta cierto punto. El Metro Bus tiene paradas cerca. Bajar hasta la Avenida B y coger un Vía España, no me parece complicado. Lo complicado es montarse en el bus cuando los conductores no se arriman bien a la acera o que la acera sale de un bombardeo bosniaco. Sólo para gente joven y alerta. Optamos por caminar de calle 17 hasta la boca del Metro en Plaza 5 de mayo. No está lejos. Sólo hay que mirar donde pones los pies.

P1040135El camino hasta la entrada del Metro desde la Caja del Seguro Social es algo extraño para mí. Da la impresión que los ingenieros, los urbanistas, no previeron todos los itinerarios posibles de los usuarios. No previeron, en particular, la trayectoria y las necesidades de tantos adultos mayores que son gran parte de los principales usuarios del transporte público. No sé cómo hace una persona en silla de ruedas para pasar por las aceras repletas de buhoneros. No hablo de los tantos que veo transitar con andaderas. ¿Cómo hace para saltar aceras e isletas previstas para gente joven y ágil. Busqué los pasos peatonales «de seguridad». Hay que adivinarlos y en varios casos el salto entre la acera y la calzada era considerable para mi madre a pesar de sus 87 años de caminadora incansable y ágil aún. Por eso hay tanto accidente en esta ciudad. Ya los viejos no tienen derecho a ella.

Bajando al metro de Panamá - Plaza 5 de mayo

Bajando al metro de Panamá – Plaza 5 de mayo

Llegar a la entrada el Metro fue cambiar de mundo. Una escalera larga y empinada. Escaleras eléctricas. Fresco. Decibelios en caída… Salir del cáos para entrar en un espacio fresco y casi silencioso. Un guardia indicó a mi madre dónde tomar el ascensor. La escalera eléctrica, sobre todo en bajada, no es de su predilección. Prefiere la normal. Me acerqué a uno de los expendedores de tarjetas, pensando, pesimista: «Capaz que no funciona». La pantalla indica clarament como proceder para obtener una tarjeta – dos balboas – y luego cómo ponerle crédito para viajar. Basta con saber leer y tener algo de costumbre de ese tipo de herramientas. Para adultos mayores es bueno prever otro tipo de servicio, con asistencia humana.

Llegando al andén, el tren ya iba de salida. NosIMG_4008 (Conflit de casse) sentamos a esperar el siguiente. Tranquilas, sin ruido, sin sofoco, sin estrés. La espera fue corta. ¿3 minutos? ¿cinco minutos? Casi nada.  Entrar al tren se hace naturalmente sin ningún esfuerzo para personas mayores, madres con hijos pequeños… La gente está tranquila y se comporta con mucha cortesía. Mi madre se sentó enseguida y luego una jovencita en uniforme me cedió su puesto. Efecto de las canas.

De la Plaza cinco de mayo a la salida de Vía Argentina, creo que ni diez minutos. Contando los pocos minutitos que esperamos mientras llegaba el tren. Salimos de aquel túnel fresco al cáos sofocante de la Vías España. Al menos aquí hay aceras y sólo tuvimos que cruzar en la esquina para llegar a Exedra Books. Mi objetivo. ¿Los taxis? Pueden seguir diciendo «¡No voy!». Yo me monto en el metro de todos los panameños. Realmente cómodo. Realmente rápido. Todo lo confiable que se puede esperar. ¿Hubo sobrecostos, negociados, corrupción en el manejo de las obras? Ya eso es harina de otro costal. Como usuaria, es el transporte que prefiero. Habrá que darle su justo valor.

Pasé un buen rato en la librería para darme cuenta que los escritores panameños no han publicado nada realmente nuevo con motivo del centenario del Canal. Quizás más adelante.

El Metro Bus que tomamos a la vuelta en la parada cercana a Exedra sufre de la pobre infraestructura de la ciudad, si ponemos de lado el drama logístico en ciertos sectores. Las aceras son un verdadero desastre con hoyos, irregularidades dejadas por obras que asfaltaron la calzada pero dejaron las aceras como después de un bombardeo. Para un adulto mayor, el esfuerzo de subir es mayúsculo por la distancia que hay entre la acera y el peldaño del autobús. Sin contar que muchas veces los conductores no se arriman a la acera debido a la zanja que queda entre la calzada y la acera haciendo difícil la subida y, sobre todo, la bajada bastante peligrosa.

Sigue siendo sorprendente ver circular buses chatarra que contribuyen a la contaminación visual, sonora y del aire de manera exagerada. Estoy convencida que en muchos casos, caminando a la sombra, llegas más rápido a tu lugar de destino que metida en un tranque contribuyendo al smog, a la degradación de la calidad de vida de todos.

De Calidonia a San Felipe

Monumento a los héroes de la Patria

Monumento à los héroes de la Patria

Jueves 23 de octubre. Le pedí al taxi que me dejara por la Asamblea Nacional. Aún era temprano. El seguridad a la entrada me dijo que la sesión comenzaba a las 11. ¡Nada madrugadores, nuestros Honorables! Decidí dar una vuelta por el sector mientras llegaba la hora de entrar al Palacio Legislativo. ¿Intento de revivir lo vivido hace ya tantos años? Me encontré con un monumento que yo no conocía. Me hizo pensar, ante todo, en los mártires del 9 de enero de 1964 pero no, es un monumento a todas las luchas por la soberanía, – a los héroes de la Patria – reza la placa. Pasa desapercibido, allí donde está, en ese costado del Palacio Legislativo entre viaductos y tráfico intenso.

Ni millones ni limosnas, queremos justiciaEl Parque Legislativo me dio algo de tristeza, la fuente no funciona. Tan linda que era cuando yo era niña. Al menos, recuerdo un lugar prestigioso, bonito, con esas fuentes y el monumento a Remón. Las esencias de árboles que han puesto allí son árboles relativamente bajos, no han crecido tanto como en otros parques de la ciudad. Claro que ese parque no se puede comparar con el de Santa Ana, cuyos árboles dan tan hermosa sombra, ni con el Parque Omar, mucho más amplio y verde. Los maceteros en las orillas están arruinados, en general. Hay que remover la tierra, añadir un poco para sembrar las flores que faltan y que resultarían muy vistosas allí.

CutarrasUn vendedor de cutarras y sandalias típicas esperaba la clientela en la parte delantera del parque. Me probé unas que me quedaron perfectas y frescas. Me dijo que las hacen en Guararé. Me quedé con ellas puestas y metí mis zapatos en la cartera.

Para dar tiempo, esperando la hora de la sesión de la Asamblea Nacional, decidí meterme en la Biblioteca Nacional. En el primer piso me hicieron mi tarjeta de lectora por B/0.50 anual. Ese piso parece esperar aún trabajos de renovación pero me encantó encontrar aún una fuente de agua fría para el sediento. La sala es inmensa y fresca en contraste con el calor de la calle. Sólo un señor paracía absorto en alguna lectura en una de las mesas. Los ficheros son aún de los antiguos. Pedí un libro de Historia de Panamá. El más reciente. No me convenció. La investigación histórica no es el punto fuerte de la obra. Estaba revisándolo, pensando que ya iba a ser hora de cruzar para la asamblea cuando empezaron a sonar consignas y eslóganes en la calle: «¡Magistrados corruptos, a la cárcel!». Era un grupo de SUNTRACS aglutinados delante de la reja que había sido cerrada. Cuando se cansaron de gritar, pusieron unas bocinas con el reggae de SUNTRACS. Vi a lo lejos que algunas personas entraban en la asamblea y decidí salir. Antes, subí al segundo donde encontré una sala renovada que contrastaba fuertemente con la primera. Aparentemente, es una sala que fue «donada» por la

Biblioteca Nacional - 2° piso

Biblioteca Nacional – 2° piso

Embajada de Estados Unidos. Libros recientes, nuevos, en exposición. Allí se dictan conferencias también. La encargada me habló de la sala infantil y me acompañó hasta esa sala en la planta baja. Linda sala pero un poco vacía de niños. La señora que la atiende me explicó el funcionamiento. Los maestros pueden traer a sus estudiantes, los padres pueden asistir con sus hijos. Di un vistazo a los libros expuestos y de verdad vale la pena darse una vuelta por ahí con los niños desde antes que sepan leer. Papá o mamá pueden encontrar allí libros que podrán leer a los chicos y familiarizarlos con el mundo de los libros casi gratis. También pueden encontrar referencias si prefieren comprar esos libros para tenerlos en casa.

Antaño, la biblioteca abría hasta las 8 p.m.. Ahora, por estar en «zona roja» ya sólo abren hasta las 6 p.m. me explicó una de las encargadas. Hay tres pisos. Tengo que volver para conocer el último que también tiene computación.

Todo ese sector merece un esfuerzo de restauración, la cultura debe estar cerca de la gente que más la necesita y hacer una campaña de popularización de las bibliotecas tanto para estudiantes como para las familias y el público en general. La sala infantil responde por sus equipamientos a ese propósito, al menos en apariencia. Falta quizás, el trabajo con el público. Una biblioteca acogedora puede ser tan interesante como ir a dar vueltas por un Mall, pienso yo.

Paso cerrado

Cerrado el paso

Pero no me olvido de mi idea de entrar a la Asamblea, así que salgo con ese propósito. Los SUNTRACS seguían allí. Se habían cerrado todos los accesos a la asamblea. Imposible entrar. Por despecho me fui a conversar con ellos. Un señor muy amable me explicó que estaban haciéndose notar por un caso de asesinato de un trabajador acaecido en 2007 – del que, en efecto, encontré referencias en publicaciones serias como el Observatorio para la protección de los defensores de derechos humanos. – Sin embarco, para los sindicalistas, lo más penoso es que la condena al asesino fue anulada varios años después por vicios «de forma». Ellos claman justicia y acusan a los jueces que tomaron tal decisión de corrupción.

Mientras conversaba con el grupo de SUNTRACS, vimos varios patrullas cerrar la calle en el cruce con la avenida Central. Decidí que era mejor seguir mis vacaciones estudiosas por otro lado y me despedí del grupo. Pero como andaba en mi onda de vidagena ese día, no resistí a la tentación de acercarme a los agentes pues me pareció extraño que fueran ellos quienes obstruyeran la vía cuando los manifestantes la habían dejado abierta hasta entonces. El agente, muy serio, me dijo que ellos cerraban la vía por seguridad. Sí, pero los carros pasaban con normalidad hasta ahora, qué pena para los que tenían que pasar por ahí, le dije. Es que hay que tener cuidado, contestó con cara de pocos amigos, «esos tipos son MUY peligrosos». Me fui pensando lo que pensé en dirección al Casco Viejo, caminando como siempre lo hice por toda la Avenida Central, sin pensar en lo peligroso que es, según dicen ahora, salir de su casa en vez de quedarse mirando novelas…

***

«Propiedad Privada»

La Pollera - Santa Ana - Salsipuedes

La Pollera – Santa Ana – Salsipuedes

 Mis sandalias guarareñas me llevaron por toda la Central hasta Santa Ana. Me alegró ver que el sector de la Plaza ha cambiado un poco. En particular el edificio que está en la esquina de Salsipuedes. Cada año, al pasar por el sector me daba tristeza ver lo abandonado que estaba. La Pollera, se llama, creo. Está hecho una belleza. Llegué hasta allí al mismo tiempo que un grupo de personas importantes que parecían estar visitando esa parte de la ciudad. Me temí que fueran promotores inmobiliarios. Vi que eran VIP porque varios patrullas y policías parecían escoltar al grupo. No me atreví a sacar fotos. Casi todos eran hombres. Doblaron por la bajada de Salsipuedes y por poco me voy detrás. Pero no. Quería llegar a San Felipe y disfrutar de mi paseo a mi aire.

Curiosa, me averigüé con uno de los agentes que me dijo que era una comisión de la alcaldía de Bogotá en visita al Municipio de Panamá. No vi o no reconocí a nuestro alcalde pero tampoco me puse a mirarlos con demasiado descaro. Ese día andaba en mi onda metiche, pero algo me queda de la educación que me dio mi madre. Ella siempre dice: «la curiosidad mató al gato». Bueno yo siempre he pensado que la curiosidad es la base del progreso científico.

P1040149Siguiendo la ruta hacia Catedral desde Santa Ana, llegué a la esquina de la foto. Estaba esa señora agarrada al poste del semáforo que se ve al frente, sin atreverse a bajar la acera un poco alta para ella por su equilibrio precario. No me dí cuenta a tiempo de que estaba pidiendo ayuda. Yo llegaba de atrás. Dos jovencitos se encontraban en la acera de enfrente y uno de ellos cruzó la calle para ayudarla a cruzar. Capté el final de ese cruce. Esta

Aceras en Casco Viejo

Aceras en Casco Viejo

señora confirmaba mi impresión de que las aceras, los cruces están diseñados sólo para gente joven y ágil. La esperé de este lado de la acera y me excusé diciéndole que yo no me había dado cuenta de que necesitaba ayuda. Empezó a hablarme del costo de las compritas que acababa de hacer: un rollo de papel higiénico y medio molde de pan, andaba por los cuatro Balboas o algo así. ¡Un escándalo! Compadecí a las personas que como ella no pueden ir más allá que al chino de la esquina para comprar dos o tres cositas.

– Bueno, ya que usted está aquí, me va a ayudar a abrir la puerta. – me dijo entregándome las llaves de su casa.

Casi me asusté. Esa señora de seguro ha vivido en el mismo lugar por décadas… allí, en esa parte de la avenida Central frente a la Lotería… ¡y no le teme a los desconocidos! ¿Quién le garantizaba que yo no iba a aprovecharme para entrar en su casa y hacer cualquier desbarajuste? Ella es como yo. Queremos seguir creyendo en el prójimo. Queremos seguir creyendo que hay gente buena en Panamá. ¡Y tiene razón!

***

San Felipe se está poniendo bonito. Ojalá que las restauraciones en curso conserven el carácter de nuestro barrio histórico colonial. Ojalá también que no sigamos echando a los panameños hacia barrios y comunidades cada vez más alejadas de los centros de trabajo y que conservemos grupos sociales mixtos que se compenetren unos con otros y que así son el tejido comunitario que produce la riqueza de la Nación. Mescolanza que es fuente de paz.

Por ahora no lo veo. Lo que veo en todas partes son barrios y casas detrás de rejas y murallas, calles cerradas donde no se puede transitar sin invitación de los moradores. El «dominio público» se reduce cada vez más, aún en plena ciudad. Ninguno de esos barrios de nuevos ricos me producen envidia.

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Almorcé en un restaurante frente al Palacio Simón Bolívar, la actual Cancillería. Después de dar otras vueltas, decidí volver por calle cuarta pensando sacarle una foto al Palacio de las Garzas, nuestra Presidencia de la República y seguir hacia el antiguo terraplén. Me encontré con la barrera. Y con los guardias.

– ¿Puedo pasar?

– No. Por aquí no se puede pasar.

– ¿Por qué? – Necia que soy -.

– Porque esto aquí es privado.

– ¿Cóómo? ¿Privado? ¿Esto no es la Presidencia?

– Sí.

– Entonces no es privado. ¡La Presidencia es mía, ciudadana panameña! – ¡qué rabia! –

Bueno sí, pero me quedé con las ganas de pasar y admirar la arquitectura del Palacio Presidencial y seguir por la orilla de la bahía… como antaño… Sólo me quedé con esto…