Jueves 23 de octubre. Le pedí al taxi que me dejara por la Asamblea Nacional. Aún era temprano. El seguridad a la entrada me dijo que la sesión comenzaba a las 11. ¡Nada madrugadores, nuestros Honorables! Decidí dar una vuelta por el sector mientras llegaba la hora de entrar al Palacio Legislativo. ¿Intento de revivir lo vivido hace ya tantos años? Me encontré con un monumento que yo no conocía. Me hizo pensar, ante todo, en los mártires del 9 de enero de 1964 pero no, es un monumento a todas las luchas por la soberanía, – a los héroes de la Patria – reza la placa. Pasa desapercibido, allí donde está, en ese costado del Palacio Legislativo entre viaductos y tráfico intenso.
El Parque Legislativo me dio algo de tristeza, la fuente no funciona. Tan linda que era cuando yo era niña. Al menos, recuerdo un lugar prestigioso, bonito, con esas fuentes y el monumento a Remón. Las esencias de árboles que han puesto allí son árboles relativamente bajos, no han crecido tanto como en otros parques de la ciudad. Claro que ese parque no se puede comparar con el de Santa Ana, cuyos árboles dan tan hermosa sombra, ni con el Parque Omar, mucho más amplio y verde. Los maceteros en las orillas están arruinados, en general. Hay que remover la tierra, añadir un poco para sembrar las flores que faltan y que resultarían muy vistosas allí.
Un vendedor de cutarras y sandalias típicas esperaba la clientela en la parte delantera del parque. Me probé unas que me quedaron perfectas y frescas. Me dijo que las hacen en Guararé. Me quedé con ellas puestas y metí mis zapatos en la cartera.
Para dar tiempo, esperando la hora de la sesión de la Asamblea Nacional, decidí meterme en la Biblioteca Nacional. En el primer piso me hicieron mi tarjeta de lectora por B/0.50 anual. Ese piso parece esperar aún trabajos de renovación pero me encantó encontrar aún una fuente de agua fría para el sediento. La sala es inmensa y fresca en contraste con el calor de la calle. Sólo un señor paracía absorto en alguna lectura en una de las mesas. Los ficheros son aún de los antiguos. Pedí un libro de Historia de Panamá. El más reciente. No me convenció. La investigación histórica no es el punto fuerte de la obra. Estaba revisándolo, pensando que ya iba a ser hora de cruzar para la asamblea cuando empezaron a sonar consignas y eslóganes en la calle: «¡Magistrados corruptos, a la cárcel!». Era un grupo de SUNTRACS aglutinados delante de la reja que había sido cerrada. Cuando se cansaron de gritar, pusieron unas bocinas con el reggae de SUNTRACS. Vi a lo lejos que algunas personas entraban en la asamblea y decidí salir. Antes, subí al segundo donde encontré una sala renovada que contrastaba fuertemente con la primera. Aparentemente, es una sala que fue «donada» por la
Embajada de Estados Unidos. Libros recientes, nuevos, en exposición. Allí se dictan conferencias también. La encargada me habló de la sala infantil y me acompañó hasta esa sala en la planta baja. Linda sala pero un poco vacía de niños. La señora que la atiende me explicó el funcionamiento. Los maestros pueden traer a sus estudiantes, los padres pueden asistir con sus hijos. Di un vistazo a los libros expuestos y de verdad vale la pena darse una vuelta por ahí con los niños desde antes que sepan leer. Papá o mamá pueden encontrar allí libros que podrán leer a los chicos y familiarizarlos con el mundo de los libros casi gratis. También pueden encontrar referencias si prefieren comprar esos libros para tenerlos en casa.
- Teatro de marionetas
- Sala infantil
- Sala Infantil
Antaño, la biblioteca abría hasta las 8 p.m.. Ahora, por estar en «zona roja» ya sólo abren hasta las 6 p.m. me explicó una de las encargadas. Hay tres pisos. Tengo que volver para conocer el último que también tiene computación.
Todo ese sector merece un esfuerzo de restauración, la cultura debe estar cerca de la gente que más la necesita y hacer una campaña de popularización de las bibliotecas tanto para estudiantes como para las familias y el público en general. La sala infantil responde por sus equipamientos a ese propósito, al menos en apariencia. Falta quizás, el trabajo con el público. Una biblioteca acogedora puede ser tan interesante como ir a dar vueltas por un Mall, pienso yo.
Pero no me olvido de mi idea de entrar a la Asamblea, así que salgo con ese propósito. Los SUNTRACS seguían allí. Se habían cerrado todos los accesos a la asamblea. Imposible entrar. Por despecho me fui a conversar con ellos. Un señor muy amable me explicó que estaban haciéndose notar por un caso de asesinato de un trabajador acaecido en 2007 – del que, en efecto, encontré referencias en publicaciones serias como el Observatorio para la protección de los defensores de derechos humanos. – Sin embarco, para los sindicalistas, lo más penoso es que la condena al asesino fue anulada varios años después por vicios «de forma». Ellos claman justicia y acusan a los jueces que tomaron tal decisión de corrupción.
Mientras conversaba con el grupo de SUNTRACS, vimos varios patrullas cerrar la calle en el cruce con la avenida Central. Decidí que era mejor seguir mis vacaciones estudiosas por otro lado y me despedí del grupo. Pero como andaba en mi onda de vidagena ese día, no resistí a la tentación de acercarme a los agentes pues me pareció extraño que fueran ellos quienes obstruyeran la vía cuando los manifestantes la habían dejado abierta hasta entonces. El agente, muy serio, me dijo que ellos cerraban la vía por seguridad. Sí, pero los carros pasaban con normalidad hasta ahora, qué pena para los que tenían que pasar por ahí, le dije. Es que hay que tener cuidado, contestó con cara de pocos amigos, «esos tipos son MUY peligrosos». Me fui pensando lo que pensé en dirección al Casco Viejo, caminando como siempre lo hice por toda la Avenida Central, sin pensar en lo peligroso que es, según dicen ahora, salir de su casa en vez de quedarse mirando novelas…
***
«Propiedad Privada»
Mis sandalias guarareñas me llevaron por toda la Central hasta Santa Ana. Me alegró ver que el sector de la Plaza ha cambiado un poco. En particular el edificio que está en la esquina de Salsipuedes. Cada año, al pasar por el sector me daba tristeza ver lo abandonado que estaba. La Pollera, se llama, creo. Está hecho una belleza. Llegué hasta allí al mismo tiempo que un grupo de personas importantes que parecían estar visitando esa parte de la ciudad. Me temí que fueran promotores inmobiliarios. Vi que eran VIP porque varios patrullas y policías parecían escoltar al grupo. No me atreví a sacar fotos. Casi todos eran hombres. Doblaron por la bajada de Salsipuedes y por poco me voy detrás. Pero no. Quería llegar a San Felipe y disfrutar de mi paseo a mi aire.
Curiosa, me averigüé con uno de los agentes que me dijo que era una comisión de la alcaldía de Bogotá en visita al Municipio de Panamá. No vi o no reconocí a nuestro alcalde pero tampoco me puse a mirarlos con demasiado descaro. Ese día andaba en mi onda metiche, pero algo me queda de la educación que me dio mi madre. Ella siempre dice: «la curiosidad mató al gato». Bueno yo siempre he pensado que la curiosidad es la base del progreso científico.
Siguiendo la ruta hacia Catedral desde Santa Ana, llegué a la esquina de la foto. Estaba esa señora agarrada al poste del semáforo que se ve al frente, sin atreverse a bajar la acera un poco alta para ella por su equilibrio precario. No me dí cuenta a tiempo de que estaba pidiendo ayuda. Yo llegaba de atrás. Dos jovencitos se encontraban en la acera de enfrente y uno de ellos cruzó la calle para ayudarla a cruzar. Capté el final de ese cruce. Esta
señora confirmaba mi impresión de que las aceras, los cruces están diseñados sólo para gente joven y ágil. La esperé de este lado de la acera y me excusé diciéndole que yo no me había dado cuenta de que necesitaba ayuda. Empezó a hablarme del costo de las compritas que acababa de hacer: un rollo de papel higiénico y medio molde de pan, andaba por los cuatro Balboas o algo así. ¡Un escándalo! Compadecí a las personas que como ella no pueden ir más allá que al chino de la esquina para comprar dos o tres cositas.
– Bueno, ya que usted está aquí, me va a ayudar a abrir la puerta. – me dijo entregándome las llaves de su casa.
Casi me asusté. Esa señora de seguro ha vivido en el mismo lugar por décadas… allí, en esa parte de la avenida Central frente a la Lotería… ¡y no le teme a los desconocidos! ¿Quién le garantizaba que yo no iba a aprovecharme para entrar en su casa y hacer cualquier desbarajuste? Ella es como yo. Queremos seguir creyendo en el prójimo. Queremos seguir creyendo que hay gente buena en Panamá. ¡Y tiene razón!
***
San Felipe se está poniendo bonito. Ojalá que las restauraciones en curso conserven el carácter de nuestro barrio histórico colonial. Ojalá también que no sigamos echando a los panameños hacia barrios y comunidades cada vez más alejadas de los centros de trabajo y que conservemos grupos sociales mixtos que se compenetren unos con otros y que así son el tejido comunitario que produce la riqueza de la Nación. Mescolanza que es fuente de paz.
Por ahora no lo veo. Lo que veo en todas partes son barrios y casas detrás de rejas y murallas, calles cerradas donde no se puede transitar sin invitación de los moradores. El «dominio público» se reduce cada vez más, aún en plena ciudad. Ninguno de esos barrios de nuevos ricos me producen envidia.
Almorcé en un restaurante frente al Palacio Simón Bolívar, la actual Cancillería. Después de dar otras vueltas, decidí volver por calle cuarta pensando sacarle una foto al Palacio de las Garzas, nuestra Presidencia de la República y seguir hacia el antiguo terraplén. Me encontré con la barrera. Y con los guardias.
– ¿Puedo pasar?
– No. Por aquí no se puede pasar.
– ¿Por qué? – Necia que soy -.
– Porque esto aquí es privado.
– ¿Cóómo? ¿Privado? ¿Esto no es la Presidencia?
– Sí.
– Entonces no es privado. ¡La Presidencia es mía, ciudadana panameña! – ¡qué rabia! –
Bueno sí, pero me quedé con las ganas de pasar y admirar la arquitectura del Palacio Presidencial y seguir por la orilla de la bahía… como antaño… Sólo me quedé con esto…