El problema de algunas brujas es que son tan rústicas que ni siquiera son capaces de darse cuenta de lo brujas que son. No voy a decir que no haya brujas hermosas como las imaginara el gran poeta José Agustín Goytisolo. También hay brujas inteligentes, astutas. Esas que te embrujan con su poder de seducción tanto por su belleza interior como exterior.
Pero también hay brujas rústicas – que a veces son hermosas – de esas que hacen daño y que disfrutan haciendo daño a otro con tal de sacar ellas un pinche beneficio. Así es la bruja de mi cuento. Un cuento que no es un cuento porque hubo que librar batalla para sacar a una criaturita inocente de sus garras.
Esta bruja rústica salió un día de allá ‘onde uno a buscar fortuna por el mundo, según cuentan los viejos que la conocían, era una chiquilla muy adelantadita en cosas de la carne. No sabemos cómo fue ni qué pasó pero en pocos años tuvo tres hijos con un muchacho que se dejó embrujar. Cosas que pasan. Nada grave. Hasta parecía muy positivo pues parecía estabilizarse en una relación. Pero era una bruja rústica. Era una bruja inestable. ¡Tres muchachos varones, eso es mucho! ¡Hay que cambiar de vida! Vio en la tele que por las Europas se vivía mejor. Algunas amigas o conocidas se habían ido de empleadas domésticas o en otras actividades «lucrativas» que les permitía enviar dineros – o no – a la familia quedada por allá por el pueblo. Bueno, es que también era muy adicta al Facebook y vio que allende era mejor. Al menos eso creyó.
— ¡Aquí no hay nada! – dijo la bruja rústica. Tengo que salir de este hueco a ganar dineros por el mundo.
Para las brujas rústicas el dinero es más importante que todo. Con eso se logra todo. Se compra todo.
Así, un día, la bruja rústica, ya un poco ajadita por sus tres partos pero aún de buen ver – es que no era fea y aún le queda algo de esa hermosura – hizo sus maletas y se largó para España.
¿Con qué plata y qué dinero? Con cascarita de huevo.
Las brujas rústicas siempre encuentran pretextos para todo. Siempre tienen buenas razones y su generosidad es inmensa. ¿Emigrar de Panamá hacia Europa? – ¡Eso está lejos! – dijeron algunos, sin comprender. La Bruja rústica contestó que debía ganar dinero para ofrecer un mejor futuro a sus hijos. Y empleada doméstica en Europa tiene más caché que empleada doméstica en Panamá. Desde cierto punto de vista no le faltaba razón.
– ¿Y tus hijos? – le dijo otro. – ¿Cómo puedes abandonarlos? El más chiquito tiene solo cinco años y el mayor está adolescente. Ellos te necesitan.
-Ahí está el papá. ¡Que él se encargue! – decretó la bruja y se montó en su avión porque era una bruja moderna sin escoba.
Pasaron los años, los chicos fueron creciendo como podían porque así es la naturaleza. Árboles sin la hortelana que les pusiera la estaca y los podara de vez en cuando. Un papá jardinero de niños que hacía lo que podía en cuanto a educación.
La bruja por las Europas se había casado y descasado dos o tres veces. No se sabe muy bien. Ahora estaba en Francia con su último casamiento. Un español embrujado que de vez en cuando se emputaba cuando las brujerías lo sacaban de quicio. A la bruja se le metió en la cabeza que Francia era la gran oportunidad para sus hijos. Y qué lindo sería que el segundo, aquél que había dejado de doce años y que prontito había abandonado la escuela, se viniera con su pareja – que estaba embarazada – a dar a luz a Francia. ¡Así la nieta sería francesa y eso les facilitaría la instalación en el país! Llegar a ser ciudadano europeo, como ella, ahora. ¡Lo máximo! El chico era un Nini. Para él allá o acá daba igual. Pero esa nuera putativa tan malagradecida se negó. Su niña nacería en Panamá. Para ser más precisos, en aquella República de Chiriquí, orgullosa y altiva. ¿Esa muchacha que se creía? ¿Que la bruja iba a desistir en su proyecto de que sus hijos y su nieta fueran «europeos»?
– ¡Vas a ver lo que es bueno! – se dijo la bruja para sus adentros. – ¡Esa chiquilla no sabe quién soy yo!
Nació Elise, una niña hermosa y alegre como los panameños saben hacer. Pasaron los meses. Tres años pasaron y la pareja naufragaba. El padre de 22 años, aún en su adolescencia mental era el «NiNi» clásico que conocemos en Panamá y que en otros lados llaman de otra manera. El chico ni estudiaba, ni trabajaba. Vivía de sus «rentas». Lo que le enviara mamá europea y lo que le diera papá con quien vivía. La pareja se iba al traste. Malo para los proyectos de la Bruja de buenas intenciones. Elise ya tenía más de dos años y aún no la había visto más que en fotos.
Usó de todas sus artes de persuación – de manipulación. Las brujas saben ser suaves y persuasivas cuando quieren sobre todo con jóvenes sin experiencia de la vida. La mamá de Elise aún no había cumplido los 22 años – y logró convercerlos de que vinieran a visitarla a Francia, para conocer, visitar, que aprendieran francés que eso puede servir y si les gustaba, entonces hacer lo necesario para instalarse acá y tener la residencia y hasta la nacionalidad. Y que además, a lo mejor, las cosas se arreglaban con este viaje para la parejita que estaba a punto de colapsar. Aceptaron la oferta. La Bruja corría con todos los gastos. También el padre del NiNi participó, deseoso que estaba de mandarlo lejos.
Así llegó la parejita a Europa. La bruja había afilado sus garras.
-¡Esa linda nieta es para mí! Mi sueño… ¡Una niña mujer! Linda, sonriente…
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