Círculo de la pobreza y pensamiento mágico

Un día apareció Ángela por ahí.

Estaban acostumbrados a que de pronto apareciera algún familiar venido de cualquier parte, este u oeste de la República y al que había que dar albergue de una u otra manera, sin importar que ya fueran muchos y que no hubiera dónde. Cuando se cierran las puertas, de puertas pa’ dentro todo es cama, decían. Y donde comen dos, comen tres y claro, donde comen seis, también comen doce. Dios proveerá. No se le puede negar un bocado al necesitado. ¡Lo que Dios quiera será! ¡Amanecerá y veremos!

Cuando estaban en aquel cuarto 12 de la calle 25 de El Chorrillo, hasta en el balconcito donde Cata tenía el balde de lavar dormían los que ya no cabían dentro del cuarto. Si llovía se mojaban. Promiscuidad y pobreza.

Dentro de ese cuarto murió la bisabuela. Allí pasó meses – ¿o serían años? – postrada en una cama después de su derrame. Cata la atendió hasta el final, no era su abuela, ni su madre, pero los hijos, los nietos y nietas, «no podían» o «no tenían tiempo». Tiempos difíciles. Un hogar que no era un hogar sino una especie de albergue donde entraban y salían gentes que casi ni conocían pero que eran «de la familia».

Un día casi hubo prosperidad con la graduación de la mayor. Primera bachiller de la familia. Un sueldo más en casa. Se mudaron a Río Abajo. Más espacio. Un cuarto para los varones y otro para las mujeres. Una sala, una cocina y el baño compartido sólo con la tía Quinti que vivía al lado.

Y llegó Ángela. ¿22 años? ¿23, quizás? Ya nadie se acuerda. Hay que sacar cuentas. Y cinco hijos.

No era la primera vez que venía a la ciudad. La primera vez fue con Lorenza, su madre, por allá como por el 55. Era una hermana de Fefa. Lorenza vino con sus tres más pequeños, el mayor era Plácido de unos diez años, Ángela, de siete u ocho y el pequeño Eusebio de tres o cuatro años. Vino desde Garachiné a intentar curarse de un bocio terrible que ya le había ocupado la gargante al punto de casi no poder alimentarse. El bocio se hizo cáncer… dejando a sus tres menores totalmente desamparados. ¿Papá? No había. Se había volado con otra para Jaqué.

A los diez o doce años, un niño por allá ya no es un niño. Tiene que aprender a sobrevivir. A la muerte de su madre, Ángela se convirtió en «la mujer de la casa». La que tenía que buscarse la vida tanto para ella como para sus hermanos. Sobre todo el pequeño. Niños sin infancia.

En los 70 apareció por la ciudad, buscando a la familia, a las tías, con dos niños pequeños en brazos. Loren y Eder. Otros habían quedado desperdigados por allá. La familias de los padres se habían encargado. Las abuelas que lo resuelven todo…

Sin armas, sin capacitación, sin bagage, sin relaciones. Sin ninguna cultura del mundo laboral.

Llevaba muchos años a su aire. No aceptaba consejos ni recriminaciones. Cata quería educarla. Era demasiado tarde. Y un día se fue con sus dos chiquillos. Nadie podía impedirlo, era mayor de edad. ¡Pero cuánto dolió!

Meses después corrieron todos al Hospital del Niño. La Loren se moría. La Loren se murió. Niños comiendo tierra en el Curundú de entonces. Quedó el mayor.

Ángela tuvo dos niños más con otro que «la convenció». A los 32 años un cáncer del cuello del útero se la llevó definitivamente. Uno de sus hijos mayores, de 14 años llegó desde el Darién justo a tiempo para encontrarla moribunda. No volvió a Garachiné.

Esta vez, los huérfanos tuvieron un poquito más de suerte. A la tía abuela la llamaron abuela, a la prima mamá. Cata, se hizo mamá de todos. Se añadieron cuatro a los tres hijos que le quedaban por llevar aunque fuera hasta el bachillerato.  Cata y Fefa se zurraron, pero ya ésa es otra historia, todos se zurraron para rescatar lo que podía ser rescatado. Una brecha en el círculo de la pobreza, pequeñísima brecha… Aún queda mucho por hacer.

******

¿Por qué he querido hablar de Ángela hoy?

Me cuesta hablar de ella. Cuando la conocí la destesté. Pocas veces en mi vida he detestado a alguien pero a Ángela le tocó.

Para mí Ángela era una especie de monstruo, una extraterrestre, un alien sin educación. Hablaba como no acostumbrábamos a hacerlo en casa. Decía todo lo que le pasaba por la mente sin pensar si era hiriente, si ofendía y siendo apenas un par de años mayor que yo había empezado la paridera desde los 14 ó 15 años. Ningún pudor. Nada de auto estima. Era lo que había aprendido en el medio en que había crecido. El desprecio que me inspiraba era infinito.

Ángela era lo que yo no quería ser y por eso aún hoy me cuesta imaginar lo que fue su vida, la de su madre… En aquel tiempo yo juzgaba con los prejuicios de mi educación prejuiciosa. Ahora es diferente. Ángela, con ese nombre tan bonito, no tuvo suerte. Lo que me han dicho con mucho pudor y entre dientes deja entrever lo sórdido de las condiciones de vida de muchos de nuestros niños en Panamá. Eso aún no lo sé describir. Aún no puedo. La que podía contarlo mejor era Francisca pero ya hace tiempo que se fue y de ella me quedó muy poco.

Ahora que soy mayor, que tengo hijos y nietos, me he puesto a averiguar quién era Ángela y por qué era así. Ya no hay desprecio. Queda una pena infinita por esa niña que pudo ser como yo… con una madre trabajadora y exigente y un papá.  Nunca estuvimos totalmente solos de pequeños. Cuando mamá trabajaba de noche, papá venía a quedarse con nosotros y en el día cuando ambos trabajaban las vecinas Jacinta y Ruma eran como dos abuelas que no dejaban pasar nada. Sabíamos que si Ruma o Jacinta ponían una queja cuando mamá llegaba, la cosa iba en serio.

No teníamos televisión ni internet para pasar el tiempo. Jugábamos en el parque que estaba al lado. Al pie de la muralla de la Cárcel Modelo. No mucho tiempo. Yo era campeona saltando soga. A mi madre siempre le gustaron los libros y revistas. Había pocos pero leí de niña a García Márquez, Corín Tellado – ¡muy malo! -, Poe, Hemingway… lo que me cayera entre manos. Nunca faltaba un «Selecciones» en la casa. Paquines de Súper héroes y vaqueros… pocos que se leían y releían.

La casona aquélla, era como un pequeñísimo pueblo con su tribu. Parece que después las cosas cambiaron. Sobre todo después de la invasión. La casa se quemó, vino la droga, ¿o vino antes? salieron armas, aparecieron las pandillas… Todo empeoró con las malas políticas.

La historia de Ángela es la historia de su madre, es también si lo miramos bien, la historia de su tía, Josefa, la de Francisca es un misterio… Y de otras que quizás algún día pueda contar. Es un círculo que se repite de generación en generación. Algunos tienen la suerte o la fuerza para romper ese círculo un día. Con amor y responsabilidad. Y con algo de suerte. De esa suerte que uno se busca pues no cae del cielo… Con algo de ayuda y empatía. Otros se hunden en la miseria material, moral, espiritual e intelectual de generación en generación porque no tuvieron la alimentación correcta, tampoco amor y no saben cómo es ni con qué se come, porque el alcoholismo es el pan cotidiano. El peso de la miseria es demasiado grande, apenas si se sobrevive.

Cuando leí las motivaciones del proyecto de ley 61 quedé aterrada con las estadísticas. A los embarazos precoces se han añadido las enfermedades venéreas en la juventud que solo la ignorancia perpetúa. Me acordé de ellas. Me acordé de Ángela y también de la vecinita de abajo en la calle 25. La hija de Otilia.

¿Cómo se llamaba? No me acuerdo. Era un poco mayor que yo o quizás no. Pero no era una niña que jugara con nosotros. No recuerdo por qué. Hacía tiempo que no me acordaba de ella.

Un día sallió Otilia al patio, vociferando que le habían echado una brujería a su hija… Gran espectáculo. Según los gritos desesperados de la madre, la niña tenía un sapo en la barriga. ¡Brujería! ¿Quién se lo había diagnosticado? Fue el chiste del año en la casona. Unos meses después, se supo que la brujería del sapito se había transformado en un bebé bien bonito. Seguimos riendo. Sin piedad. Le tiramos la piedra a la niña y a nadie más.

Siempre sospechamos de que el autor de la «brujería» era uno de los vecinos que vivía con el hermano en el piso de arriba. El mismo que nosotros. Un Guarareño, que debía andar por los 24 ó 25 años y que acosaba a las muchachitas menores de edad. Eran fáciles de «levantar». Hubo varias en el barrio. Borracho y mujeriego. De los machos panameños «que se respetan» pero que no respetan a nadie. Bastante me tocó soportar y esquivar su acoso entre los 15  y los 18 años. Después nos mudamos y lo perdimos de vista pero durante algún tiempo siguió llamando a casa. Eso nadie lo denuncia. ¿Para qué?

No hace tanto, una sobrinita, con unos doce años en ese entonces, se tuvo que bajar del bus asustada porque un muchacho no paraba de acosarla y decirle cosas apretándose contra ella… Le pregunté que por qué no se había quejado, que al que debían bajar del bus era a él.

– No tía, de nada sirve. ¡Lo que hacen es que se burlan!

Una niña no es capaz de pararse firme aún con adultos que puedan ayudarla alrededor. Ella prefiere no hacer escándalo y no dar la nota en público. Así es que maleducan a los varones, tienen que ser machos y para eso tienen que demostrar que se pueden «levantar a las guiales» y se creen con derecho a acosarlas e irrespetarlas.

Por eso sigo sin entender a aquéllos que se oponen a leyes que intenten inscribir en nuestro código el derecho a la educación integral incluyendo lo que hay que saber, a tiempo, sobre la sexualidad. Para darle herramientas a las niñas. El conocimiento es poder. Para educar y dar conocimiento a los varones. Que aprendan que las mujeres no son objetos, ni muñecas de plástico.

La ley en debate y tan criticada por ciertos sectores, es la esperanza de un progreso a través de la educación para las futuras generaciones. No es la ley la que lo hará. Son los programas educativos y también las medidas preventivas de salud pública que por ley el Estado debe asumir.

Pienso sobre todo en las mujeres, porque ellas son la clave del progreso social, cuando ellas rompen el círculo de la pobreza, sus hijos salen adelante, se hacen hombres y mujeres de bien. Se hacen profesionales para servir a la sociedad. Hay que empezar ya. Es tarea de largo plazo. La Patria lo necesita.

 

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