Un millón de gotas – Toutes les vagues de l’Océan

Acabo de terminar de leer Un millón de gotas de Víctor del Árbol, uno de los invitados en literatura extranjera al salón del libro de Besançon, «Les mots Doubs». El salón me lleva (o me obliga) a leer autores que espontáneamete nunca hubiera elegido en una librería, sin conocerlo, con esa etiqueta de «Novela negra». Cada año no me arrepiento y éste menos que los anteriores.

Un millón de gotas es una escritura de infarto que corre por todo el siglo XX y viene a escorar en el XXI. No en orden, con cronología de antes a después. El presente y el pasado se cruzan, se enredan y desenredan para acabar construyendo un relato con muchas entradas. Es como un rompecabezas, o como la imagen novelesca de la Matriochka, ese juego de muñecas rusas que tanto me encantó cuando era niña.

Elías Gil, es un joven ingeniero comunista, hijo de un minero de quien había heredado la ilusión de mejores días con la Revolución Bolchevique. Joven, brillante, luchador que poco a poco la Historia va moldeando. Vamos viviendo con Elías desde 1933 las purgas y las exportaciones estalinistas, el GULAG y sus horrores, el amor y sus dolores, la huída y la lucha de una fiera herida dispuesta a defender su vida a cualquier precio. Pero… ¿es solo eso?

La Guerra civil y la Segunda Guerra mundial vienen a completar esta epopeya de un Cid Campeador que poco a poco va apareciendo ante nuestros ojos horrorizados por debajo de su armadura de ideales. Las componendas, los crímenes, las cobardías… la condición humana enfín. Las ilusiones perdidas sin confesar.

Paralelamente, en el relato que va de presente a pasado y vice versa, vemos que la vida de sus herederos se ve afectada por lo que fue el padre. A Gonzalo, abogado sin mucho brillo y poco dado a la vida complicada, le toca desenmarañar la historia familiar. El secreto tan bien guardado por su madre Esperanza, alias Katerina. Secreto ya, en parte, desvelado por Laura, la hermana mayor. Laura quiere creer en la justicia, en que se puede hacer un mundo mejor pero como Don Quijote se va a batir con las aspas del molino hasta la destrucción. Laura es la única sin componendas y cuya fe tendrá efectos, mal que bien, en otros personajes.

Un millón de gotas es la obra sobre la importancia fundadora de la infancia. Anna, Laura, Siaka, Gonzalo y más que todo Igor… son ejemplo de ello.

Las mafias rusas, la corrupción internacional, los tráficos de todo tipo completan un cuadro sombrío del mundo que nos rodea. ¿Puede el capitalismo ser otra cosa que corrupción? ¿El mundo es solo apariencias? ¿Los hijos podemos juzgar a los padres? …. Acaba uno preguntándose.

Puede que sea una novela «negra». No soy muy aficionada al género. Es ante todo una novela que nos pasea por la historia y la literatura del siglo XX al XXI. Que nos habla del Hombre, esa bestia que se irguió y se puso ropa y que según las condiciones históricas que le toca vivir puede volver a su estado inicial: depredador o presa. Hay que elegir.

Nunca he querido creer en el destino. El «fatum» de la tragedia griega. Siempre he querido pensar que cada uno se labra su propia vida. Cada uno de nuestros actos son portadores de consecuencias para mejor o para peor. Al terminar de leer una duda ha germinado en mi mente. ¿Será que existe el destino? ¿La fatalidad? ¿Será que los hechos del pasado y de los antepasados deben recaer inexorablemente sobre los hijos? Escaparán los descendientes de Gonzalo del sino que se cirnió sobre sus antepasados?

Víctor del Árbol en su epílogo nos saca de la manga una coquetería muy Cervantina metiéndose como autor y ya no solo como narrador en este relato que no me ha dejado otra opción que volver a mi blog para ver si mis amigos corren a buscarlo en librería. Excelente referencia.

Durante toda la lectura no pude dejar de pensar en las atrocidades que el mundo ha conocido desde que tengo uso de razón. En que los refugiados de hoy son idénticos a los de antaño. En que los niños abandonados que cruzan fronteras sin la protección de un adulto o se ahogan en una playa turca no son más que la repetición, como una maldición de lo que ya se ha visto en la historia de la Humanidad, siempre con los lobos como Igor Stern, dispuestos a abalanzarse sobre ellos para despojarlos o comérselos… enriquecerse y adquirir poder a costa de ellos.

También se me ocurrió, que antes de morir «pour ne pas mourir idiote» tengo que leer a Dostoieski, Pouchkine, Tolstoï, Tchekov… que mi manía de no querer leer traducciones me ha vedado como tantos otros grandes autores de idiomas que no sé leer. Pero ya no me queda tiempo para aprender ruso.

«Un Millón de gotas», la frase optimista de Laura se convirtió en francés en «Toutes les vagues de l’Océan» (art. de Libération pero hay muchos más). Sin embargo, la imagen de la gota que poco a poco va oradando una piedra, que va formando ríos cuando otras gotas se unen y que esos ríos van a hacer el mar, el océano… no es la ola de la playa. El océano no es más que miles de millones de gotas. Miles de millones de voluntades dispuestas a luchar por un mundo mejor. El título es bonito pero no es de Laura.

Escuché a un crítico francés hablar de «chef d’oeuvre». Oui. Je crois.

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