Urgencia… y tú ¿qué habrías hecho?

Leyendo a Patrick Pelloux, médico urgentista y cronista en el Charlie Hebdo, en sus publicaciones del 15 y 22 de abril 2015 me acordé de mis tiempos en que como personal universitario fui voluntaria para las capacitaciones de «socorrista laboral». Durante años participé en las formaciones y fui parte de los socorristas que la administración universitaria quería tener en todos sus sitios y laboratorios.

Sabíamos que esa certificación nos podía llevar a actuar no solo en el marco de nuestro espacio de trabajo, sino también en cualquier circunstancia de la vida cotidiana. Qué gestos realizar para un bebé o uno mayor que se atraganta… qué hacer en caso de incendio, de quemaduras según el tipo de la quemadura, de escape de gas… cómo actuar en caso de pérdida de conocimiento de una persona, verificar la respiración, ¿y si no respira..? la importancia de la ventilación mientras llegan los auxilios profesionales y cómo evitar las pérdidas de tiempo.  ¿Qué hacer en caso de hemorragia? Y sobre todo, qué no hacer. Algunas veces la buena voluntad mal orientada puede ser peor que el no hacer nada. Aprendimos también a mantener una vigilancia preventiva para evitar los accidentes.

Lo que me motivó a participar en esta actividad fue un episodio al inicio de mi vida profesional. Como joven profesora en mi centro universitario, recibíamos estudiantes de todos orígenes y horizontes en cursos durante el año y cursos intensivos de verano para el aprendizaje de lenguas extranjeras. Un día, en medio del curso, una jovencita tuvo un ataque de algo que no entendí en el momento y quedé paralizada sin saber qué hacer. Por suerte, uno de los participantes del grupo, sí entendió. Saltó por encima de las mesas, apartó a todo el mundo e hizo lo necesario para evitar que la niña se mordiera la lengua y no recuerdo qué más hasta que la crisis pasó. La chica tenía, en su bolsa, medicamentos para su problema. Se me habló de crisis de «Tetanía» que debe ser algo como la epilepsia que tanto asustaba a algunos curas de mi infancia (perdón, ese es otro cuento). Me enteré luego, conversando con él, que había recibido formación de prevención y socorrismo desde la adolescencia por su participación en un grupo de scouts que hacían muchas actividades al aire libre. Eso me decidió. No podía yo tener la responsabilidad de un grupo y ser incapaz de reaccionar adecuadamente, en caso de necesidad, a una urgencia.

En las capacitaciones teníamos testimonios de accidentes más o menos graves. Recuerdo el de una colega, profesora en la facultad de Ciencias y técnicas físicas y deportivas de mi Universidad. Un estudiante de unos 20 años, subió corriendo las escaleras para entregarle una tarea y al empezar a hablar se fue al suelo. Pérdida de conocimiento, ataque cardiaco, no respiraba. Inmediato aviso a Urgencias Médicas, mientras tanto a ella le tocó hacer el masaje cardiaco para mantener la circulalción de la sangre. El chico se salvó. Se descubrió que ese gran deportista  tenía un problema cardiaco que hasta entonces nunca se había detectado. Eterno agradecimiento de la familia y esa emoción compartida, ese sentimiento de orgullo en ella de haber sido capaz de hacer algo útil.

Histoire d'urgencesPor eso, la historia de la bella Jane, me ha dejado pensando, ¿cuántos transeúntes serían capaces de intentar salvar una vida? ¿Cuántas madres de familia se vuelven locas y si el niño se quema, en lugar de echarle agua fría le echan sal o alguna pomada grasosa, lo que empeora la situación friéndolo más?

La bella Jane era una mujer moderna de unos 40 años con esposo e hijos. A esa edad, y también después, las mujeres necesitamos movernos para conservar la forma. Jane, como de costumbre, salió a correr una hora por las calles de París. Con tan mala suerte que ese día, tuvo un paro cardiaco. ¿Por qué? No se sabe. Lo peor de la mala suerte es que cayó a los pies del imbécil más imbécil de todo París quien llamó a Urgencias Médicas diciendo que no había apuro porque estaba muerta. Se sabe que por mucha prisa que se den las ambulancias, en un paro cardiaco, la distancia entre la vida y la muerte cerebral es de unos tres minutos. Si tu cerebro no recibe irrigación sanguínea durante 3 minutos, ya no hay nada que hacer. El imbécil parisino, que según él lo sabía todo, se negó a hacer el masaje cardiaco que el médico urgentista le pedía que hiciera mientras llegaba la ambulancia. ¿Para qué, si ya estaba muerta? La ambulancia llegó en siete minutos. Jane no se salvó. Su esposo, en casa con los chicos que hacían las tareas, no entendía por qué no llegaba, si ya era hora de que hubiera terminado su recorrido… y… ¡por qué su GPS indicaba la dirección del hospital!

 

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